domingo, 11 de agosto de 2013

Mi monólogo interior.

Otra vez yo, yo y mis pensamientos fugaces que sintonizan en mi cabeza. Algunas veces no se callan, más bien me gritan queriendo decirme que actúe y logre hacer lo que el miedo o el qué pensarán me frena. Están atrapados, los ignoro y se enfadan, se ocultan, y salen el día menos inesperado haciendo que todo lo que tenía premeditado se esfume como una gota de agua en un incendio. Y cuando aparecen, no existe remedio para evitarlos. Mis pensamientos nunca callan hasta ser escuchados. Se retuercen, molestan y pican tanto que al final caigo en su juego. Siempre me ganan, me vencen y aparecen ahí, en letras mayúsculas y en cualquier momento sin previo aviso. Siempre sé que al final esto pasará aunque en la mayoría de las ocasiones intento alargarlo lo máximo posible. En realidad siempre me pregunto por qué lo hago si al final acabo escuchándolos ya sea a la fuerza, o no. Creo que la única razón razonable de tanta opresión es el temor de conocer la verdad y realidad de lo que mi subconsciente me ofrece. 

Una vez abiertos mis canales comunicativos, todas las frases dichas, miradas, decisiones, imágenes, recuerdos, problemas y soluciones pasan por mi cabeza como si se tratasen de coches en un circuito de Fórmula 1. Tanta información se colapsa hasta que poco a poco dejo que todo fluya, entonces comienzo a comprender las cosas. Encuentro el problema de tanto conflicto entre mis pensamientos contradictorios y todo se vuelve tan sencillo y luminoso que acaba reduciéndose a una palabra: cambios.

Esta palabra siempre va unida a un “renovarse o morir” o a cualquier otra frase positiva como “solo se vive una vez”. Entonces comienzo a pensar en qué pasaría si me olvidara de todas esas personas que ya no me importan nada, que alguna vez fueron amigas, amigos, o algo más. Creo que ese “miedo” de no querer escuchar en un principio viene de esto, de los cambios que me harán pasar de personas que fueron importantes para mí, aunque ahora se me haga difícil recordar por qué lo fueron. Pienso que a lo largo de la vida pasan muchas personas por uno mismo. Unas se quedan,  otras llegan y se van, otras llegan, te marcan y se van y otras definitivamente se marchan. En ocasiones me encuentro con el valor suficiente para hacerlo, es decir, llegar un día y decirle a determinada persona que no siga hablando, que me da igual su vida, que deje de contármela porque no me importa en absoluto, que me parece falsa, que me ha fallado demasiadas veces como para seguir queriendo amistad, noches de fiesta, un hombro en el que llorar o lo que sea. En ocasiones, me pasa.

Tras darle vueltas a mi cabeza y alguna más de la cuenta, siempre vuelvo al inicio, al autocontrol. Me doy cuenta de que estos pensamientos chillones anteriores  siempre casi siempre llevan toda la razón, no sé por que me contengo a escucharlos si solo dicen gran cantidad de verdades que pienso. Tantas cosas evidentes que nadie se atreve a decir. Solo me queda decir que yo, soy una pobre ilusa al pensar que algún día todas estas verdades no explotarán en voz alta.