Me
hago tantas preguntas. Tantas preguntas insignificantes que acaban olvidándose
en tardes de lluvia. Tardes de esas en las que no puedes evitar recordar todo
lo bueno que poco a poco se desvaneció, de la noche a la mañana, en un parpadeo,
tan directo como cuando unas simples palabras formando frases te borran la sonrisa
de la cara en un segundo y todo ese mundo de dos desaparece dejando una lágrima
correr como una gota de agua sobre un cristal empañado. ¿Y qué sentido tuvo? Todo
estaba distorsionado por sentimientos ajenos que ya no eran tan brillantes y
felices como creí que lo habían sido. Y piensas en ello, es un bucle que parece
infinito y te sientes tan atrapado que quieres salir, salir y salir pero te das
cuenta de que ya estás dentro, hundido y atrapado hasta las rodillas. Y me
recreo en esas miradas serias, en las típicas palabras vacías que nunca quieres
oír, en la última vez que fuimos, en atardeceres de Madrid.
Sonidos de tambores en el corazón de ilusiones
rotas. Ilusiones. ¿Por qué son tan fáciles de crear? Siempre creyendo en ellas,
imaginando que el presente no nos engaña y lo que sentimos es de verdad. Y ves,
aquí lo tienes, uno de mis mayores defectos. Siempre siendo tan ilusa,
seduciéndome y emborrachándome de imaginaciones futuras creyendo que algún día
pueden acabar cumpliéndose. Tan fáciles de romper como una hoja seca en otoño.
Que bonito sería si todo fuera de cuento, creando la historia sabiendo que se
va a cumplir, que el príncipe azul será feliz eternamente con la estúpida princesa
que siempre tiene demasiadas esperanzas en la cabeza.
Así
fue. Como aviones cruzándose en la noche más negra. Se fueron sin verse, sin
promesas, sin ser. Me llevé los bolsillos llenos de desilusiones y silencios de
despedida que quería perder por el camino andando sin rumbo por una calle que
odié. Fue un día nublado que parecía sacado de una película melancólica en
donde los protagonistas salen perdiendo, en donde todo toma un matiz dramático
y absurdo con un final en el que no sabes que sentir. Una película que ni
siquiera sabes si te ha gustado, una de esas que no llegas nunca a entender
pero que sin darte cuenta te encuentras llorando intentando entender por qué él
se fue si aún tenían tanto que decir.