Y dijo que allí no podía soñar ni
imaginar un futuro en donde todo sería como había pensado, que todo era oscuro
y turbio. Que las paredes se encogían y la habitación se hacía más pequeña. Que
el aire de su ciudad estaba contaminado de reproches y humo denso, los días
llenos de sonrisas falsas, falta de amabilidad y sentimientos fingidos. La
rutina, el cansancio y el egoísmo de las personas hacía que cada día su mochila
pesara más a su espalda cuando salía de casa cada mañana. Y yo la miraba y
pesaba en que esa mirada no debería sentir tanta angustia por el futuro y mucho
menos por las personas que la dejaron atrás en su camino. Sus movimientos tan naturales
y su cabeza ligeramente ladeada cuando me miraba escuchándome eran propios de
una enamoradiza dulzura.
Tras el primer café y con las
manos entrelazadas entre sus rodillas me confesó todo aquello que no entendía
de la vida. No lograba entender por qué era tan difícil mantener aquello que nos hacía felices y evitar a todas las
personas tóxicas que solo desprendían negatividad, enfados, quejas y
sensaciones desagradables. Y ella continuaba hablando y abriéndome su inestable
mente mientras miraba el infinito, y yo seguía escuchándola hablar de sus
miedos. Miedos de no poder alcanzar sus esperanzas, miedo de permanecer
estancada en el barro y no encontrar una mano que la ayudara a llegar al mañana.
Solía confiar en las oportunidades que se nos presentaban a todos, casi
imperceptibles a los ojos de cualquiera pero tan radiantes a los ojos de los
soñadores.
Las horas pasaban y nuestras
palabras se entrelazaban a la vez que el sol dibujaba un atardecer de película
a través de la ventana. Llegó un momento en el que sus silencios hablaban más que su boca y mientras se colocaba la melena por detrás de la oreja
poco a poco empezó a comprender que esto en realidad no era más que una lucha
de superación, ella contra su agitada mente. A través de sus ojos cristalinos me
di cuenta que algo había cambiado en aquella fría tarde de otoño. La presión
aumentaba y pude ver como había entendido que era un ahora o nunca, que esto
solo era el comienzo de lo que más tarde progresaría hacia una cálida llama que
se dilataba en el espacio hasta envolver todo con un estúpido olor de vela.